El doctor Leonardo Sancho, investigador de la Universidad de Costa Rica, fue invitado por la Facultad de Ciencias de la Comunicación, Turismo y Psicología para conversar sobre la enriquecedora relación entre gastronomía y literatura.
¿De dónde proviene este interés por estudiar el vínculo entre literatura y gastronomía?
Como estudioso de la literatura, siempre me ha despertado interés la gastronomía cuando se encuentra presente en un texto literario. Me parece que es un punto al que hay que ponerle mucha atención, porque es un detonante que da mucha información acerca del autor, de la cultura y el tiempo a los cuales pertenece el trabajo literario, así como de los personajes y la historia. El primer párrafo del Quijote es un ejemplo clave. Me refiero a esas primeras líneas, que dicen: “Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes…”
Durante su conferencia, usted citó también otros ejemplos, como el Cantar de mio Cid o la literatura de Sor Juana Inés de la Cruz. A estos se pueden sumar, entre otros tantos, pasajes importantes de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust…
Así es. En un momento de la obra que mencionas, el protagonista se detiene a saborear unas magdalenas con una taza de té y a partir de ese acto hace toda una evocación de su infancia. Es que los alimentos y sus sabores siempre nos invitan a recordar, al igual que los olores. Siempre vamos a tener algún pensamiento o mirada retrospectiva cuando estos sentidos nos provocan sensaciones.
¿Cuánto se parecen los procesos creativos de escribir y cocinar?
Yo lo planteo con la imagen de la metáfora. Cuando un escritor produce o crea un texto literario, está inmerso en un procedimiento metafórico, pues combina palabras para crear nuevas ideas. Del mismo modo, cuando una persona trabaja en una cocina, lo que está haciendo es combinar ingredientes y sabores para crear nuevas sensaciones. Si hay algo que relaciona al mundo de la cocina con el mundo de la literatura, es la transformación y el cambio.
Tanto escribir como cocinar son actividades donde la identidad, el pensamiento y hasta el estado anímico del autor se traslada a la obra…
Un libro que habla sobre eso es Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, en el que precisamente son las sensaciones y el estado de ánimo los que se transmiten a través de los alimentos. Es una práctica muy frecuente. En algunas oportunidades uno cocina para entablar un diálogo, para transmitir algo a otra persona y esa comunicación se lleva mediante lo que se prepara y se consume. Nosotros utilizamos el lenguaje articulado de las palabras, que es más directo y objetivo, pero hay otros lenguajes más encriptados, con significantes e interpretaciones diversas, como el musical y, en este caso, el culinario. Tanto la escritura como la cocina son manifestaciones de la comunicación entre seres humanos, cada cual a su manera.
La palabra también sirve para graficar la relación que tenemos con ciertas comidas. En el Perú se usa mucho el diminutivo para nombrar algunos de nuestros platos más queridos. Coloquialmente decimos “cebichito” o “causita”.
Me parece que es un rasgo cultural muy peruano. Hay una gran identificación del peruano con su territorio. Nunca he escuchado a una persona hablar de forma tan apasionada de la papa como Isabel Álvarez, que ha escrito libros con la universidad de ustedes. A propósito de aquello, estoy llevando a mi país, Costa Rica, varios libros editados por la USMP. Es meritorio el trabajo que están realizando en beneficio de la investigación gastronómica de primer nivel. Es síntoma de una nueva etapa del Perú, según me parece. El Perú ha decidido dar a conocer al mundo su riqueza gastronómica y nosotros, desde el extranjero, nos damos cuenta de ello.